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domingo, 4 de junio de 2017

El Columpio

Yo sabía que en ella anidaba un conflicto no resuelto. Lo sabía o lo debería haber sabido por mis estudios. Pero lo cierto era que estaba convencido de ello por experiencia.
La experiencia es eso que nos hace ir un poco por delante de los acontecimientos. Vamos un poco por delante porque ya hemos visitado parecidos paisajes.
Evocaba nuestras citas nocturnas en el parque, y puestos a imaginar siempre era igual.
Ella, se subía al columpio de pie, una mano en cada cadena. La cabeza casi rozando el cigoñal y comenzaba un balanceo hacia delante y hacia atrás encogiendo y estirando sus piernas.
Los goznes rechinaban y el movimiento pendular era acompañado de un rechinar, de una escala de violín desafinada.

Sus pies dejaban sobre el asiento una mancha de lodo, alguna hoja muerta. Pero a mi, aun hoy, el recuerdo lo evoca el canturreo del hierro y las cadenas.
Tardé mucho a entenderlo, en entender lo que la imagen evocada me decía. Ella estaba presa sin salida en un vaivén dubitativo eterno.

Viajaba incesante de adelante hacia atrás y regresaba con el mismo periodo de atrás hacia adelante. Era un vaivén de Sísifo llevando en cada viaje pendular el peso de su historia. Su duelo. El péndulo que hacia atrás, parece tomar fuerza de lo mismo que segundos después lo frena.
El parque del columpio, umbrío a cualquier hora, ganaba por la noche los silencios, la urbe más lejana, apagada. Algún bullir de alas y hasta la niebla que como un sudario húmedo y pegajoso describía la historia.

Un din dan eterno con aquello que irresuelto, añadía con cada balanceo peso a lo irresoluto. Peso al peso.
Quedó en mi memoria el columpio, el ñic ñac ñic ñac eterno, su dulce sombra de perfiles agrios y tal vez solo tal vez un verso. Y tal vez solo tal vez un beso.

viernes, 24 de febrero de 2017

El Invidente


Hace ya años, cuando uno gastaba sus noches en bohemia y turbación, tuve un amigo ciego. Era alegre y algo parrandero, un ser que parecía estar forjado sobre su minusvalía.
De él, me separó una dama, o mejor dicho dos. Leucemia y parca.
Solíamos cenar en un cafetín, que como tantos otros había nacido a la sombra del desarrollismo de los 60/70.
En aquella época el tejido social de Barcelona... pero evocando, me alejo de lo que quiero contar.
Era natural de una comarca gironesa muy renombrada, por pero otra vez me alejo del camino.
¡Lo que tiene ser viejo! No se puede recordar nada que no evoque al mismo tiempo, en sincronía la realidad percibida entonces.
Pero hablo de cosas; que para cualquier lector con algunos años, son tan conocidas, que no vale la pena seguir.
Volviendo al asunto. Un día cené en la misma mesa que aquel invidente, y poco a poco se consolidó una buena amistad.
Tal vez fue Mariano, cocinero camarero y dueño del bar, quien me pidió que le acompañase hasta su casa. Él, el ciego nunca me pidió nada; estaba muy orgulloso de su independencia, vivía solo en la gran Barcelona. Trabajaba en una imprenta braille, su disminución no le impedía llevar una vida normal.
Cuando salíamos del restaurante, le tomé por el brazo para ayudarlo, días después era el el que se cogía de mi, y poco más tarde, hacíamos el trayecto de poco más de dos manzanas hasta su casa tomándome él por el hombro.
La forma de ir del brazo primero, y luego ligeramente cogidos por el hombro se correspondía con un grado de confianza que aumentaba día a día.
La confianza llegó a un punto en que él al acercarse y poner su mano sobre mi hombro me dijo:
Estas preocupado ¿Qué te pasa? Y yo no tuve inconveniente el decirle que si que así era. Pasé a preguntarle que como lo sabía.
Noto, me dijo, mayor tensión en los músculos de tu cuello y espalda.

¡Vaya! Resulta que tenía de mi una imagen de mi tono muscular, equivalente a la que yo podía tener de un rostro. Que distinguía la tensión, la preocupación, de la misma manera que yo vidente, lo hacía viendo la cara de una persona. Y que solo cuando tuvo confianza se atrevió a decírmelo. Igual que podía haber hecho yo si hubiese notado mala cara en algún conocido.
Comprendí, como era importante cruzar las calles por la esquina mas lejana al cruce, allí donde un automovilista se suponía que veía el paso de peatones desde los cien metros de una manzana del ensanche. El conductor ve a los peatones, y peatón, aunque ciego, los oye aproximarse en linea recta. Era más fácil así que el hecho que lo sorprendiera un nuvolari que acababa de hacer un giro de noventa grados.
Aprendí, los relieves significativos del pavimento del barrio, el estanco, su casa o el colmado disponían de estos ínfimos relieves capaces de dirigirlo a él directamente a la puerta sin la menor vacilación.
Sabía, con solo oír el eco de nuestras voces, si el camarín del ascensor de su casa, se hallaba en la planta baja o por el contrario había quedado en uno de los pisos superiores.
En aquel tiempo aprendí muchas de sus argucias para sobrevivir.
Yo intentaba ponerme en su piel y percibir su mundo. Alguna vez me proponía cierra los ojos y te guio yo. Y si cerrando los ojos me dejaba llevar de su mano o de el rítmico tac tac de su bastón golpeando el suelo.
Aprendí a intentar ponerme en la piel del otro. Entrenar la posibilidad de sentirse como otro. Desarrollar una habilidad que permita viajar un rato con los zapatos de otro.
Mas tarde, ejerciendo de consultor, o de psicólogo, -mas estudiante que terapeuta-. Aprendí a dedicar un tiempo a jugar al ciego, a intentar ponerme en la piel del otro, a pedir a un tercero; que después de oír la explicación dada por un compañero intentase hacer suyos sus puntos de vista. Podría un jefe de ventas sentir como sentía el jefe de producción. ¿Se podía defender el rol de otro en un grupo? ¿Y lo que es más importante podía hacerse de forma creíble?
¿Puedo, por un momento? Hacer míos los razonamientos de mi pareja, de mis hijos o de sus parejas...
¡Si es posible! Y también es posible verse como ciego, desasistido discapacitado en el mundo de otros en el territorio de otros. Es muy muy difícil caminar con los zapatos de otro, pero aun lo es mucho más transitar el territorio de otro. Yo tuve un buen maestro pero lamentablemente, muchas veces solo hago uso profesional de aquellas enseñanzas que aprendí ya hace muchos años de la mano de un ciego.

sábado, 4 de julio de 2015

Aveiro


¿Porque Aveiro? Por la única razón que estaba delante.
Portugal es un país nación de naciones, como nosotros. Lo es, porque un día sus gentes decidieron embarcar con rumbos distintos. Circunnavegaron el globo e hicieron un imperio colonial que duró mas que el nuestro.
Creo que es el sitio de Europa donde más extranjero me siento. Es curioso en Alemania y los países sajones me siento meridional, en Italia me identifico con la forma de ser mediterránea, en lo poco que conozco de África aun encuentro identidades morunas que laten en la cultura española.
Pero Portugal es otra cosa, el paisaje que es una prolongación del español me dice estás en casa. Todo invita y sin embargo... el saber que no hablan español que incluso los significados de las palabras no son iguales que en gallego me deja inerme.
Por ejemplo cabeleireiro es peluquero y cabeleireira su establecimiento, a mi me parece difícil de pronunciar.
Aveiro tiene para el paladar visitante dos pilares la sal y el azúcar. La sal porque de antiguo ha contado con grandes extensiones de salinas donde el agua del mar va dejando poco a poco sus cristales blancos. Tal vez sea el refuerzo natural al bacalhau, a la salazón. Dicen que la cocina portuguesa tiene mil maneras de prepararlo. Yo solo lo he probado de tres formas asado a la parrilla y en guiso con arroz y gambas.
Las dos primeras las probé en Oporto en un bar corriente junto al río, un sitio de oficinistas estudiantes y probablemente parados que acudían a una oficina de empleo.
El bar tenía dos servicios el menú y el medio menú. Pensé que era una forma elegante de soslayar la crisis. Usted pide un medio menú y nosotros damos por sentado que quiere comer poco, sin pensar que la razón sea su bolsillo.
Pues no señor la razón sería otra porque casi nos fue imposible terminar con los dos lomos de bacalao que nos sirvieron uno con patas al horno y el otro hecho a la parrilla acompañado de pimientos y otras verduras.
En fin un nuevo desconcierto. Aveiro tiene una historia monacal, hubo un monasterio femenino el de Jesús, en que profesó la princesa Juana de Portugal y Coímbra también conocida por la Princesa Santa.
Si la corona y nobleza siempre han tenido presente la limosna a la órdenes religiosas en este caso particular El Convento de Jesús, hoy interesante museo, tenía el doble incentivo de albergar una princesa que además fue considerada santa desde su misma muerte (12-05-1490) aunque no fue canonizada hasta 1693.
Pues bien tratándose de monjas y azúcar regalo colonial de los reyes solo hacía falta huevos y trabajo para hacer los ovos moles de Aveiro. Dulce elaborado a puro batir yemas de huevo y azúcar.
Es distintivo de Aveiro como lo es su abundante oferta de pescados tanto los que proceden de la pesca como de la acuicultura, porque en la balsas de las salinas crían doradas y creo que lubinas. Como final os dejo un escrito que vi en una camiseta. Creceme grama, o que não tenho são vacas. Traducible por la hierba ya me crece lo que no tengo son vacas...

a que si ¿a que tienes dudas de lo que quiere decir?

lunes, 25 de noviembre de 2013

Con Pepe Valls y Mercedes en el Restaurante

He ido a comer al Restaurant. Mucho tiempo hace que se usaba así como galicismo. Depués se españolizó por restaurante el DRAE dice que es una antigua forma del participio activo del verbo restaurar. Bueno así puede que sea mejor, mas lo dudo. A los españoles siempre nos ha gustado darnos importancia haciendo cosas vulgares con nombre extranjero.
El restaurante o Restorant era el culmen de la idiotez. Había en esos sitios un pincerna, un maître, camarero ayuda de camarero, y sumiller que escribíamos sommelier. También había un écuyer tranchant, Maestro trinchador, el encargado de partir las viandas tal vez el artista que desespinaba el pescado o pelaba el marisco.
Recuerdo, haber visto actuar uno en el Restaurante del Aeropuerto, cuando lo de ir en avión era un lujo. Con que habilidad me desnudó tres cigalas y dos langostinos, que venían en el arroz. Como los puso a banda separados del resto de la paella por una cucharada de somarraet. 
En fin eran otros tiempos, ahora McDonals es un restaurante ¡Qué horror
A mi a eso de los restaurantes me aficionó el tío Santi, el era de los de propina larga y por eso conocía bien todas las funciones de la restauración. Así luego las premiaba y comentaba.
Recuerdo que un día encomiaba el buen hacer de un sommelier o summilleur, lo hablaba ante un cuñado suyo, que era escéptico y tacaño, que siempre le parecía que era gastar mucho cualquier gasto en cocinaza y vinazo.

Este otro era de la teoría que sommelier derivaba de sueños, porque era el mozo encaragado en hacer soñar a la clientela aromas y evocaciones en el vino que nunca habían estado allí. Solía tomar entre sus manos una copa balón, la llenaba con un tinto peleón y una generosa dosis de gaseosa y se extasiaba contemplando el juego de rojos afrutados, luego como un autentico conocedor hacía girar un poco del vino por sus fauces, para detenerse en esa fragancia de roble francés fruto de una esmeradísima crianza...
Un día un químico vino a darle la razón en lo tocante al vino. Había trabajado en una bodega en que elaboraban el crianza a base de hacer una infusión en viruta de roble. Primero acudían al tonelero o fabricante de puertas más próximo, compraban una buena provisión de virutas y serrín de madera noble. Luego todo consistía en almacenar el vino con las virutas. Y avisar del agradable contraste de los taninos de la barrica, con el floral apagado de esa cosecha. Listo.

En eso estaba me cabeza, mientras esperaba al resto de amigos. Me había pedido, un cardenal, ¡Qué buenos los hacían en La Puñalada! Un Cardenal es un Martini Dry (nada que ver con la firma italiana) hecho con Campari en vez el vermú que ponía el señor Martini
Bien estaba yo paladeando ese gozo, cuando he divisado una periplaneta americana, con rapidez, se ha hecho dueña de un pequeño bloc de notas, supongo es la forma a la antigua de apuntar las consumiciones de la barra.

Recuerdo una aventura con un familiar suyo, también en un restaurante. Estaba yo comiendo un plato de pasta, cuando casi al final de mismo descubrí una pelirroja de esas entre los espaguetis. Recuerdo que tomé unos bastoncillos de pan que había sobre la mesa. Partí uno por la mitad la acomodé en el centro, le puse seis a modo de cirios tres a cada lado y dibujé una cruz con un resto de salsa. Cuando llegó el camarero casi se desmaya. Le pregunté en tono glacial, que como se llamaba la especia esa, debía ser la que a mi me faltaba en mi boloñesa.

Hoy ha sido diferente he tomado la libreta, la he mantenido apretada, cuando ha llegado el barman la he abierto, he mirado inquisitivamente el contrabando. Me he oído a mi mismo preguntar por la fecha de caducidad. Y he salido del bar antes de que me contestaran. Me he ido sin pagar el cardenal no está mal después de todo.
Luego he llamado a Valls pero ha sido tarde mucho mas tarde, cuando ya he supuesto que el y su señora ya estaban sentados a la mesa. Me he disculpado, un cliente pelma de ultima hora... que tal si tomamos café un poco más tarde en... en... bueno cerca del despacho.
Hemos quedado, a Mercedes la hacía ilusión verme, a mi también verla a ella, Mercedes es compañera de la facultad. Se que le gusta mucho ir a ese restaurante, es en cierto modo el suyo, allí formalizaron su noviazgo. Se que ahora salen poco Pepe Valls es arquitecto y su economía se ha resentido con la crisis.
Cuando han llagado al café Mercedes estaba radiante. Se la veía feliz. Como iba yo a estropearle una comida con su marido y menos por una cucaracha.
Los Valls siempre han sido muy escrupulosos, razón de más con los tiempos que corren se que han tenido que desayunarse algún sapo.
No era para romper el hechizo de su restaurante.
En fin cada día me vuelvo más sentimental.

miércoles, 6 de noviembre de 2013

Heliodoro Pacheco. (In memoriam)




Hoy debería ir a la pelu.

Tal vez Llongueras. Pero no, mejor no, aun me siento en forma y tengo pelo suficiente como para pagarme piropos.

Iré a la pelu del barrio, ahora ya puedo ir sin tapujos, antes me daba reparo.
Pero Heliodoro el peluquero ya se ha jubilado del todo. Es decir traspasó el negocio, se jubiló, y luego se fue a cobrar el finiquito con la vida.

Eran tres amigos en el funeral y yo. Yo no era amigo de Heli faltaría más.

Creo que aun me recordaba, todo empezó una tarde de otoño cuando el jefe me llamó a su despacho.

Junto a él había una rubia con pintas de salazón. Carnes amojamadas y ojos llorosos.

Fernández me dijo: Esta señora se está separando, cree que su marido le es infiel. Haga usted el favor de acompañarla, le llevará a un bar en el que tiene una cita con su marido. Ella entrará usted deja pasar unos minutos, entra y verá que está con su compañero. Cuando se despidan usted debe seguirlo y averiguar a donde va y si es posible si tiene alguna otra cita.

La señora piensa que marido tiene una aventura con otro hombre, es decir que es gay.

Puse mí mejor cara, intenté imitar la pose de Humphrey Bogart  en papel de Philip Marlowe.

Si jefe contesté, me pasó un sobre con 1200 pesetas.

Salimos de la oficina en silencio, la mojama caminaba con pasos cortos y rápidos. Tres bocacalles más allá del despacho giró a la derecha  sin decir nada.

Nos sumergimos en un barrio donde abundaban los PUB y otros locales similares.

Llegamos a uno con un cartel descolorido, anunciaba Irish Pub. Penetró en el antro, yo encendí un cigarrillo y lo apuré antes de acceder al local.

Era un tugurio tristón, con mesas de madera, adornado con picheles y bocks de dudosa originalidad.

Había un humo denso y un cierto tufo a garito poco ventilado. El agrio de la cerveza y el acre del sudor humano y el humo, creaban una atmosfera densa, casi se podía esculpir en ella.

Me acodé en la barra, encendí el segundo pitillo, maquinalmente acaricie el sobre con las mil doscientas pesetas. Pensé; bueno son mías, me tomaré un güisqui, un güisqui irlandés por supuesto.

La rubia estaba sentada en una de la mesas de el fondo, acompañada por un tío con cara de pocos amigos, barba muy cerrada. Ella gesticulaba al hablar el parecía de piedra.

Permanecieron así un par de güisquis. El primero por instinto me lo tomé pausadamente, el segundo algo más rápido, no era cosa de tener que apurar de un trago el vaso porque el objetivo se iba. En un momento tuve la impresión de que hablaba de mi.

Imaginé que lo amenazaba con hacerlo seguir.Juraría que el sujeto me miró desafiante.

Pero como... después pensé que era obvio, en un PUB donde todos se conocen, un tío nuevo y tomado güisqui en la barra, tenía que ser un huele braguetas, fijo.

La reunión de la pareja parecía terminar, ella hizo un ademán de levantarse, se volvió a sentar, yo aproveché para pedir el tercer güisqui, lo pagué en el momento en que me lo servían, como es tradición.

La seca dio señales de irse. Me terminé el vaso de un solo trago.

Ella salió, el me miró de soslayo, no habrían pasado ni diez minutos desde que salió la clienta cuando se levantó, se puso una trinchera con amplias solapas, paso junto a mi para tomar la puerta que estaba justo detrás mío. Conté mentalmente hasta veinte y salí tras él.

Caminaba despacio por las estrechas callejas, las aceras tenían ese lodillo urbano mezcla de aceite de coche y detritus de ciudad.

Caminó por delante una buena media hora, parecía no tener un rumbo fijo. No se volvió ni una sola vez.

La calleja daba a una gran avenida, giró despacio a la derecha, hizo ademán de volver sobre sus pasos. Mierda quiere quemarme, me dije, me metí en un portal.

No creo que me viera, como mucho mi figura borrosa en la penumbra.

Cambió de idea, tomó por la avenida a paso rápido. Tuve que correr, lo vi, entraba en el suburbano, uf había peligro de perderlo, me precipité escaleras abajo, no estaba. bajé al andén tampoco. Salí por la otra bocamina, nada, se había esfumado.

Metí la mano en el bolsillo, aun me quedaban setecientas pelas. ¡Bah! me voy a la timba de Klaus, a jugar un póker.

Al día siguiente, confesé haber perdido el rastro, el jefe ni se inmutó.

Solo dijo: Vale caso cerrado, la cliente solo tenía esos trescientos duros.

Con el tiempo lo olvidé. Hasta que un día, cuando yo ya no era ni Bogart  ni Philip Marlowe, buscando una peluquería cerca de mi nueva residencia lo encontré.

 Era Heliodoro Pacheco el barbero de la calle, aquel que yo seguí una noche.

Nunca fui su cliente, que se llamaba Heliodoro lo averigüe en el café de cerca de su barbería.

Me producía cierta angustia poner mi cuello bajo su navaja.

Cuando traspasó el negocio si me hice asiduo. Josemi el nuevo dueño era un gay dicharachero y legal. Helidoro se murió, me dio el esquinazo definitivo.

Sospecho que Josemi era su pareja, pero nunca me he atrevido a preguntar.

Total para que, hace de eso tanto tiempo.
(cualquier parecido con personas vivas o fallecidas es casual esto es pura imaginación)    
 

martes, 5 de noviembre de 2013

Cuarto y final

No pude menos que preguntarle con cierto tono insidioso.
- Oye Carlos ¿Cuantos miembros de la ejecutiva del partido provienen del mundo empresarial?
-Eh esto no no es así, a la política se llega por un espíritu de servicio, por el convencimiento de ser útil.
- Ya, ya, entonces la extracción social de los miembros de la ejecutiva ¿Cual es?
- A ver hay dos médicos procedentes de sanidad, tres abogados, dos funcionarios otros tres sindicalistas y yo.
-Ya, ya (tartamudee yo en una imitación descarada de su hablar vacilante) quieres decir que no contáis con un solo miembro que haya tenido la responsabilidad de pagar una nómina a fin de mes.
-Hombre tampoco es eso; protestó. Se trata de buscar el bien común.

- Zarandajas repliqué airado, el bien común es una entelequia, un cumplir sine die. Unos compromisos vagarosos, desplazados en función de las encuestas. Con el único fin de perpetuarse en la poltrona.
-Tienes razón, pero si no hay más empresarios en política es porque no la han descubierto. Mira yo tenía mi empresa y no era dueño de ella. Por una aparte mi hermana, por otra los clientes, los bancos y los sindicatos. Aquí es distinto basta saber elegir unas tripas agradecidas. Gente que cobra y calla. Fieles al líder y entre tu y yo tontos. Hay diputados, concejales que han pasado por la poltrona sin hacer el mínimo aporte solo votar como manda el grupo. Si yo en mi editorial hubiera tenido una minoría así.
- Pero bueno te debes a un pueblo que te elige en aras de una democracia, se supone que debes representar a esa gente.
¡Ah no! Nada de eso, los votantes ni siguen los debates, votan conforme una cierta idea de felicidad de bienestar y eso tiene poco que ver con el día a día. Créeme hay que ser un auténtico inútil para provocar situaciones irreversibles.
- Pero la gente se molesta, se indigna grita.
- Bah ya se les pasará, pues no hicieron falta siglos de monarquía absoluta para que surgiera la república. Somo sus continuadores tenemos derecho de pernada.
- Tendréis cohecho de pernada, querrás decir.
- ¿Cohecho que es eso? No existe el cohecho, eso solo lo cometen los jueces. Los políticos somos niños, somos menores, totalmente irresponsables.
- Pues mira yo no lo veo así, hay una cosa que se llama ética moral y pundonor dignidad,
- Quita quita eso son cosas de la filosofía de los teóricos, a ver busca un banquero; busca un político que crea en esas cosas y te enseñaré un fracasado.
Aquí lo dejo, tu lector tienes la última palabra, cuanto tiempo más aguantarás gentuza como Carlos...

El tres de Carlos.

Bien todo en esta vida se suele repetir y la segunda vez no fue tan fácil eludir a Carlos. Pero aun me dejo cosas en la pluma o en el tintero.
Carlos es uno de esos individuos, que no es mas tonto porque no se entrena. Vive aun instalado en su barroco mental de la autoridad, puro siglo XVII, en su ética de las cosas son como deben ser.
El en fondo es irreflexivo, pero me costó tiempo lavarle la lana. En el momento en que me negué a mediar en los oscuros intereses que pudiera tener en su empresa. Inició un sibilino acercamiento. Fueron varios encuentros casuales, en ellos intentaba darse aires hacer muy importante su papel e intentar por todos los medios saber como se desarrollaba el análisis de su empresa.
Primero fueron insinuaciones y como yo hice ver que no me daba por enterado pasó a la pregunta directa.
Oye tu: Ese tío que ha mandao tu gabinete de consultores a mi empresa, se esta pasando de la raya.
Hombre Carlos estás tocando un tema que desconozco totalmente, que es más tengo totalmente prohibido inquirir o preguntar. Es una conducta ética que forma parte del código de mi empresa.
No se quien os atiende. Se que pedisteis una intervención y yo por la amistad que tengo contigo y tu familia, debí negarme, es lo más justo, lo más equilibrado. Por ignorar, ignoro que equipo lleva el trabajo.

Mentí deliberadamente. Son gajes de oficio, alguna vez me había encontrado en la situación de tener que negar a un cliente o a un conocido una información vital (para él se entiende) por ejemplo jurar por teléfono, que la salud financiera de alguien no revestía gravedad cuando sabía que nuestro departamento legal estaba presentando el concurso de acreedores.

Es muy duro, pero es así la ética del secreto impide desvelar nada en absoluto de los estados contables de un cliente es secreto profesional y se supone que es una cláusula que puedo y debo esgrimir ante el juez.

Yo ya sabía que le estaban haciendo la cama, que su hermana y su cuñado hartos de su forma clerical y cardenalicia de ejercer el mando, habían pactado con un socio en ciernes. Un grupo financiero, que tenía prenda sobre un paquete de acciones del negocio, el barrer a Carlos del consejo, por una única razón; su oposición sistemática al desarrollo sensato y sostenible.

Puse mi mejor cara de poker y añadí ¿ Qué pensarían de nosotros? Si se supiese que vamos comentando por los mentideros empresariales tal cosa o tal otra.

Imagina que podría suceder si por un casual te dijese que una cadena de grandes almacenes prepara un ERE, o si te contase los movimientos de tiburoneo que se deben estar produciendo entorno a una conocida firma de alimentación que no pasa por su mejor momento. Comprendes...
No comprendió por supuesto, no entendió, que los ejemplos buscados por mí eran una forma de indicar con el dedo de forma muy discreta su situación. Es cierto, que al tonto le señalas la luna y se queda mirando el dedo.

-¿ Es cierto que tu puedes saber cosas así? Preguntó.
  • Cierto y para que no pueda aprovecharme de ellas tengo a disposición de mi empresa los movimientos de mi cartera de valores. No puedo comprar vender o especular con activos financieros que tengan relación con nuestros clientes.
  • Pues vaya yo ya me hubiera hecho rico comprando a nombre de mis hijos o de mi mujer participaciones en empresas viables que pasan un mal momento.

Creí por un momento que había captado su situación “pero que si quieres arroz” su idea del lucro fácil, le impedía ver que era el chivo propiciatorio, que tarde o temprano recibiría una invitación a vender su parte del capital, y que sería en eso que eufemísticamente se llama -una una oferta que no podrá usted rechazar-.

Por lo que supe, quince días después de nuestra intervención, que recomendaba un nuevo dimensionado de la empresa (o una reducción de la actividad hasta la capacidad financiera real o un aumento del capital dando entrada a nuevos socios) le ofrecieron vender y vendió.

Pues bien Carlos o no recuerda o no quiere recordar esto que sucedió hace cinco años, Carlos ignora todo esto, será una amnesia voluntaria, será un trauma asociado a un época que desea olvidar.

El otro día me paró, salía de la sede del partido. Me habló maravillas de lo que harían en un futuro, Era otra vez el camarlengo el Richelieu. Como puede ser posible que no recuerde, como se puede ser tan torpe. En fin es miembro de la ejecutiva provincial seguro que en el próximo trimestre figura en el equipo del secretario general. Ya sabes si necesitas algo...
Y me lo dice a mi, manda uebos, a mi, que he odiado siempre los apaños bajo mano y el sacar tajada de ellos.