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martes, 25 de abril de 2017

El regalo de San Jorge a la gitana tres rosas...


No me preguntéis, porque se o como conocí esto que cuento. Los que escribimos sabemos cosas porque nos documentamos, y también sabemos cosas porque son así.
La verdad de las cosas es algo que se adquiere como consecuencia de el roce continuo de la pluma en los dedos. Al interpretar el bisbiseo, con el cual, la misma pluma deja en su viaje por el papel unas manchas de tinta que tu lees.
Porque es magia; hay veces que imagino a Lope o a Cervantes, mojando la pluma en tinta cada pocas palabras, o sacando punta al cañón de una pluma de oca. Es cierto que recuerdo haber visto en el museo de Nápoles, unas plumas de metal procedentes de Pompeya. Cierto que los orfebres de la época ya eran capaces de hacer útiles -o tal vez joyas- mucho más estéticas que prácticas a la hora de emborronar pergaminos, papiros o aquello que puñetas usasen como papel.
Hoy, cuando mi papel y mi tinta, son solo manchas de luz, que un código binario, plasma en una pantalla. Aun presto atención al ruido, tan innecesario como inseparable de las pulsaciones en el teclado. Es el ruido de las musas, la certificación de que escribir es traer algo del más allá. Algo que trasciende mi duración y mi vida.

Pero vamos a la historia
Tani es una gitanilla de origen rumano o capadocio, quien sabe. Lo cierto es, que por esas cosas del destino y de su pueblo errante, hace años que vive en España. Tani ha salido con varias mujeres de su familia a vender rosas y...
Por algo es Sant Jordi, ella no sabe ni le importa mucho esa historia de payos. Le dijeron que Sant Jordi fue en rey de Aragón, que perdió una guerra contra los malos y perdió la corona el reino y las libertades pueblo. No entiende mucho como un pueblo puede perder la libertad si ha vivido siempre en el mismo sitio. La libertad para ella consiste en ir donde te apetece, sin tener que decirles a los guardias donde vives, sin carne ni padrón ni esas cosas de los payos. Pero bueno los payos son payos y ya está bien para ellos.

En realidad esto lo supe después, cuando ella me contó lo que le había pasado.

Pero pongamos un poco de orden. Bajaba yo de Bus 7 en las inmediaciones del Forum. Delante de mi iba un hombre mayor correctamente vestido y cuyos ademanes hacían pensar que había sido militar. Su compostura, y una cierta gallardía en sus movimientos hablaban de esa bizarría militar que los años no borran. Marchaba el hombre delante de mi y aprecié, como una de las gitanas mayores les indicaba a la jóvenes la presencia de un guiri a ver si le vendían unas rosas y lo engatusaban con algo más.
Tani fue la primera que llegó a su lado, y por lo que me sucedió a mi con el segundo grupo supongo que el diálogo sería mas o menos este:

¡Anda guapo compame una rosa pa tu muhe!
No tengo mujer.
Po pa tu hiha o pa tu novia...
No tengo hijas ni novia.
Pos dame la mano que te digo la guena ventura y va ha saca ma novia que un torero.

Mi segundo o tercer intento fue suficiente para quitarme de encima a esa tropilla. Pero mi compañero de viaje no tuvo tanta fortuna. Primero alcancé a ver como Tani tomaba la mano y miraba muy seria la palma. Después era el anciano el que señalaba la palma de la joven recorriendo surcos y colinas. Y hablaba, lo vi poner en la mano de la gitanilla un billete de diez euros, y tomar las tres rosas, que ella le ofrecía. Sacó un gran pañuelo blanco las metió dentro y las guardó no supe ver donde ni como desaparecieron.
Fue mas tarde cuando me volvía para mi casa; cuando tropecé con él otra vez, ahora de cara. El anciano militar, visto de frente no dejaba duda de su profesión. El moreno de su cara, su bigote y barba perfectamente recortados, un punto amarillo en bigote junto a la comisura de los labios, que hablaba de una pipa mantenida allí durante años completaron su imagen y unos ojos azul muy claro, profundos como un ibón de los de mi tierra confirmaban mi idea.
Creo que no hablamos o tal vez si y no lo recuerdo. Lo cierto es que su mirada me permitió asistir a la escena que se había desarrollado entre él y la Tani un rato antes.

Todo había empezado igual que conmigo:

¡Anda guapo compame una rosa pa tu muhe!
No tengo mujer.
Po pa tu hiha o pa tu novia...
No tengo hijas ni novia.
Pos dame la mano que te digo la guena ventura y va ha saca ma novia que un torero.

Pero a partir de allí... cuando Tani tomó la mano del hombre y le dio la vuelta encontró una palma lisa como un guante de látex.
Y no era que Tani no supiese inventar, no. Pero así frente a un mapa mudo, peor ante el mapa de un desierto no supo que decir.
Entonces el hombre tomó la palma de la niña entre las suyas y casi sin mirar dijo:
Te llamas Tani, eres la descendiente de un tal; Juan de Egipto Menor, al que en 1425 mi rey Alfonso V le dio salvoconducto para pasar por sus tierras cuando peregrinaba a Santiago.
Muchos de sus hijos fueron alcaldes y reyes de gitanos, y devotos fieles de Sara la Kali, su patrona. Tani recordó una oración casi un juego -Opacha opacha Sara Kali- gracias gracias Sara Kali madre de todos los gitanos ayúdame.
En veinticuatro horas era la segunda vez que invocaba a la patrona, y su mirada perdida y preocupada terminó la oración junto al desconocido. 

Acabada esta el hombre dijo, habrá un día que necesitarás las tres rosas en un pañuelo. Yo tomaré estas tres y te las guardaré hasta entonces. Pero tu se discreta...
¿Quien eres? Se atrevió a preguntar Tani.
Soy Jorge y no fui rey, soy alguien, que lleva años velando por las doncellas. Tani se calmó y su mirada de paz y confianza aun duraba cuando la volví a cruzar en la puerta del Forum.
No se como me enteré del resto pero Jorge San Jorge, me dijo: Ya ves siglos velando por las doncellas y resulta que muchas veces el dragón es un prejuicio racial un machismo estúpido.
Tardé a comprender a que se refería con los prejuicios machistas y las tres rosas del día de la boda... cuando lo comprendí volví a buscar al hombre, aquel de hechuras militares, de cuidado bigote y barba blanca. Pero no lo supe ver, y eso que ante mi vista se extendía toda La Diagonal todas las calles que limitan el centro comercial pero no definitivamente el Centurión Jorge ya no estaba allí.
Tani si me miró con unos ojos pícaros como de cómplice, ayer Manue  bueno tu ya sabes un momento flojo y...
Pero San Jorge es un caballero y Sara Kali la amiga de María de Magdala también estaba allí...

lunes, 6 de marzo de 2017

El Sabio Meditador.



Cuentan; que hubo un sabio, que se creó para si un eremitorio, para dedicarse en el a la meditación profunda.

Había días, que se sentía como aquel moscardón que describe Pessoa.

En mi camino hacia la luz me golpeaba una y otra vez, y otra con un cristal transparente. Con una realidad que permanecía oculta a mi razón a mis sentidos.

Otras veces en cambio, su vagar le recordaba más el robot de aquél cuento de Asimov. Ya no recordaba bien la historia, pero puesto ante un dilema que afectaba su existencia, el androide no hacia otra cosa que orbitar y orbitar en torno al problema. La curva, más o menos cerrada y plana, era la resultante de una pulsión que le exigía la retirada -probablemente basada en un instinto atávico- y la de conservación. La atracción impregnada de tanatofilia, que le impulsaba a pertenecer a ella, a ser pasto de la anulación, y el deseo de huir.

Cuando en la tranquilidad de su alcoba pensaba en estas representaciones, se identificaba mejor con el moscardón y el cristal. Llegaba a pensar que era una realidad mágica, maléfica, aquella que solidificaba el aire en su camino.
Él chocaba una y otra vez contra un vidrio que deberían haber construido a prueba de bala.
Vidrio que alguien el destino, o el hado interponía siempre en su camino.

Se sentía lanzado en un picado suicida hacia su meta, y de pronto sin saber como se escuchaba dentro de su cabeza el sordo golpe contra aquel baluarte; que las convenciones, su clase social, o simplemente en azar, ponían una y otra vez en su destino.

La otra opción le traía evocaciones de fatiga, no era él era su órbita, un día pensaba, dejaré de rechazar mi subconsciente. Perderé el repelús que la gnosis me produce y mi mente caerá libremente en el seno del saber.
Pero enseguida la asaltaba la duda, ¿y si un día? El saber, ese dios achacoso y anciano, el cual se suponía habitaba en el centro desaparecía.
¡Ah! Entonces, entonces sería proyectado con toda la fuerza hacia las remotas y oscuras zonas de la ignorancia.
¡Qué horror salir cómo piedra de una honda! Cómo el martillo de un lanzador olímpico, centrífugo sin destino conocido, destinado a estamparse en la nada oscura del más allá.
Así pasó sus últimos años. Muerto en el dilema lo encontró el diablo. El maligno orilló su cadáver, abrió la puerta para ventilar la sala, se dirigió al lo que el meditador consideraba ventana, lo descolgó de la pared, y le dio la vuelta. La ventana en las que tantas veces se había estrellado el meditador era solo un espejo.
La luz, la iluminación perseguida con denuedo hasta la muerte, era solo el reflejo en un espejo. Entre la luz y él; entre la sabiduría y  él, nunca se interpuso nada.


sábado, 12 de marzo de 2016

Sexo urbano


Hacía tiempo que no se habían visto, fue un cruce casual, una de esas casualidades que se producen en la vida de los urbanitas. Las ciudades, aun a pesar de su propia enfermedad, la megalópolis; están segmentadas en rutas y barrios, y sus habitantes tienen una imagen, un mapa propio que casi siempre es personal.

Luis se hacía estas reflexiones, mientras veía alejarse a Clara, a ella, la conocía desde la juventud, había sido un ligue no consumado, por más que le había insinuado pasar juntos un “finde” en la cama, Clara nunca cedió y a pesar de ello habían tenido una camaradería sólida. Cierto que Clara le había presentado compañeras del partido, que sí estaban por los amores clandestinos; clandestinos para la moral burguesa de la época, para él “un zurdo de derechas”, y para ellas militantes en la penumbra de unas ideologías recién autorizadas, era una forma de ejercer la libertad, su libertad.

Decía, que Luís la vio alejarse, sorprendido aun por la efusión de su saludo, su cuerpo menudo pegado al suyo dando y pidiendo calor, dando calor y pidiendo afecto...

Ella la había susurrado al oído un “me muero” que le resultó erótico en el más amplio sentido. Durante unos días, Luis buscó en la memoria el que creía ser el mapa urbano de Clara, intentaba tener otra vez un tropezón con ella, casi no recordaba de que habían hablado, vagamente recordaba; que a su me muero, había contestado con un afectuoso ¡Toma y yo! Es nuestro camino nacer para morir.

Pasaron dos semanas, tal vez un mes como mucho, cuando el azar o el destino los vino a reunir en otro bus urbano.
Esta vez Clara volvió a pegar el cuerpo al suyo y sin mediar más palabra se puso a darle unos besos diminutos en la boca. Él la dejó hacer, y cuando llegaba a su parada se limitó a besarla bajo el lóbulo de la oreja.
Clara respondió con el abandono corporal que significaba hazme tuya. Se miraron, Luis dijo ¿quieres? ella contestó, ven.

Bajaron del auto-bus tres o cuatro paradas más tarde, recorrieron los cien metros escasos que les conducían hacia un bloque de apartamentos, y se entregaron el uno al otro, sin prisa y sin pausa con la meticulosidad del artesano, con la unción del oficiante religioso.

Eran las primeras horas del véspero, cuando se despidieron Luis la miró con una pregunta que no se atrevió a formular, pero lo suficientemente inteligible para que Clara contestase como diciendo: Era una deuda vieja algo que sonaba a escusa, y a pesar de ello no quiso entrar en una disección de significado.

Pasaron días, y otra vez la casualidad o el destino vino a reunirlos, pero esta vez la imagen de Clara era lo suficientemente explícita para no crear equívocos. Cuando Luis vio a Clara bajo los estragos de la quimioterapia ya no le quedó duda, la volvió a abrazar esta vez con todo el calor humano de que fue capaz. No hubo palabras ni sexo. 
revisado 13/3/16 

martes, 9 de febrero de 2016

Una de poetas



Tengo un andamio de palabras y letras, un cañamazo para bordar en él, el texto de una ficción o de un poema.
¿Conocéis la historia de aquel poeta? Al que las musas le regalaron un corte de cendal para la confección de una oda.
Pues dicen; que era un poeta, persa anterior al islam, tanto; que llegó a la orillas del mediterráneo, con los ejércitos de Alejandro.

Pero bueno, me extiendo innecesariamente; que más dará para el fin de la historia, si el sujeto de la misma era un persa que terminó escribiendo griego, o por el contrario y muy posterior un griego que fue islamizado en Constantinopla.

Lo cierto es que el poeta aprendió de los tejedores de oriente las técnicas del tisú y los brochados y un día...

Hazme un zarzahán de palabras, con los mas bellos verbos, hazme un brocado de versos; para que yo pueda cantar la belleza de mi favorita -dicen que le dijo- el Califa.
Y lo siento pero ignoro quien pudo ser el califa la favorita y donde tenía el serrallo este supuesto sultán. Lo cierto es que, y lo digo con la certeza que para nosotros tienen las suposiciones, el poeta pidió poder ver a la favorita, para cantar en sus versos sus ojos de gacela, el cimbrear de sus caderas o el carnoso rubí de sus labios, el azúcar moreno de su piel...
tópicos y topicazos pero se dice, se imagina y cuenta; que el poeta desde una celosía densa, le fue dado ver el harén y desde allí como el cazador que acecha, escribir y describir la dicha del comendador de los creyentes por gozar de un jardín de huríes en la tierra.

Lo cierto es; que apasionado en la creación, empezó nuestro hombre a tejer con palabras y florido verbo la pieza de seda que debería contener el poema, o tal vez el poema debería parecer jaique o almalafa para cubrir el cuerpo de tan bella mujer.
Pero sucedió, que como les pasa aun hoy a muchos poetas, nuestro hombre terminó por confundir y entretejer en la prenda algunos pelos de su barba.

¡Ah que dolorosa sensación! Primero el arrancar uno a uno los pelos que quedaron presos, después la imposible tarea de destejer uno por uno sus versos. ¡Como se iban a reír de él los colegas ¡Qué burlas no harían a su costa en el ateneo!

Pero en fin ese era su sino, aceptó resignado solo para comprobar que todos los versos de todos los poetas estaban entretejidos con su vello. Es más que hasta el de la mas sonoras poetisas, contenía restos de su vello púbico o su pendejo.

miércoles, 3 de junio de 2015

Abelardo y su banana trucker.


Tenía yo un amigo llamado Abelardo, si si A-be-lar-do como el célebre “Golia” monje. El amo de la lógica medieval, amante de Eloísa, creo que ustedes ya recuerdan.

Pero mi Abelardo no tenía nada de lógico ni nada de monje. Había quien lo tenía por gay, pero él afrontaba las insinuaciones con una presentación de su realidad, que desanimaba a cualquiera.
A ver, yo tengo una amante. Es público y notorio ¿por qué? Entonces me etiquetáis de gay.
¿Qué os importará si esa amante es camionera?
¿Es acaso? Que una mujer que huela ferodo caliente, con aceite de cárter en las manos ¿no es sexy? ¡Tiene eso alguna connotación excluyente!

¿Porqué? Si una tía encuentra más excitante una palanca de cambios o un pedal de embrague que un ángel de Victoria`s Secret no ha de tener su corte de admiradores.
Pero un día... un día estaba esperando en una gasolinera en la cual ella, su amante, solía intercambiar todos los días de camión.
Me explico, la compañía de transportes para la que trabajaba su amante, cubría ruta Madrid Barcelona, con dos camiones que por comodidad para las choferesas -que diría Camilo J. Cela- y ahorro de la empresa intercambiaban sus vehículos en la provincia de Zaragoza, de tal manera que las dos podían terminar su jornada laboral en su lugar de residencia ahorrando a la empresa una pasta en dietas y gastos de alojamiento.
Pues bien un día que Abelardo se había acercado a Zaragoza con la idea de volver a Barcelona como polizón en la cabina de su amiga, asistió a un espectáculo que lo dejo perplejo y cariacontecido.
Y es que pudo ver como una de las camareras de la cafetería aneja a la estación de servicio, regalaba a su amiga y a la compañera de esta sendas y hermosas bananas. Entonces todo su mundo se derrumbó, toda su estructura lógica colapsó.
Porque él podía admitir que su amante tuviera un empleo de macho, podía comprender que ella se ganara la vida y muy bien por cierto llevando una mano en el volante y otra en la palanca de cambios, podía transigir con su olor a aceite lubricante y hasta encontrar excitante la justa higiene de una cabina de camión. Pero de eso al triangulo de las bananas... no eso no aquello era superior a su formación escolástica, ¿quién podía hacer un silogismo con un plátano dildo? ¿Eh quién?

martes, 19 de mayo de 2015

Las Sandalias

Adila ha ido hoy de compras, mejor su marido la ha llevado a comprar zapatos. Su esposo es Said un rifeño que hace años vive en España. En realidad casi es español su abuelo que ya se llamaba Beni Said fue miembro de las tropas regulares, aquel ejército indígena que los españoles crearon en Melilla allá por el año mil novecientos once. Desde aquella época las relaciones de los Beni Said con España habían pasado por periodos de mayor proximidad dependiendo de los avatares de la historia, para terminar regentando un restaurante de especialidades marroquíes.
Pero volvamos a Adila, ella está contenta porque su marido la ha llevado a comprar zapatos. Ha elegido unas sandalias de cuero verde con una fina suela de cuero. Tenía una sandalia en la mano mientras la dependienta buscaba con afán la perteneciente al pie derecho. Por fin ha aparecido en la ultima caja de la ultima hilera. La dependienta se la ha entregado a Said haciéndole ver la diferencia de verdes de los dos cueros, le ha explicado que en el oulet venden restos de colección y que este par tenía un defecto al parecer producido porque la sandalia que le entregaba había permanecido varios meses en un escaparate, la luz de los focos y el sol habían terminado por cambiarle el color, cosa que no había sucedido con la otra.
Said ha intentado bajar más el precio, pero la dependienta le ha dicho que eso era imposible, que ya venía marcado desde la central. Que ella no tenía la culpa de la decoloración, y que esta se había producido en uno de los escaparates que la zapatería tiene en La Rambla de Cataluña. Por lo demás era un calzado muy fino y de excelente elaboración, tanto que en origen valía más del doble de lo que marcaban aquí. Que podía teñirlas siempre que no fuese en verde y siempre en una tonalidad más oscura.
Said dudaba, Adila se ha quedado mirando las sandalias, después de la primera sorpresa se ha pintado en su cara una sonrisa de felicidad.
Lo que valía era que su marido se las regalaba. Los he visto salir de la tienda los dos felices, Said por el ahorro, Adila (nombre que según creo que significa aquella que negocia con justicia) por el regalo. Los he visto salir cuchicheando. Me hubiera gustado entender que hablaban; tal vez ella le decía, no tiene importancia mis pechos que tanto te gustan tampoco son iguales, o algo así. Lo cierto es que parecían felices.
Yo en cambio no he encontrado unas sandalias aunque fueran de distinto tono, unas sandalias para machacar durante el verano. Que se le va a hacer

domingo, 14 de diciembre de 2014

Chacineros


Había tenido un amor infantil, de esos que parecen un flechazo y debieron dar a los clásicos la idea de Cupido.
Fue algo que no cuajó, ni tenía porque, voces amigas le dijeron pronto que ella tenía novio... Comprendió que había entre ellos una barrera infranqueable de clase y probablemente de educación -en realidad había una barrera de dinero-.

Tiempo después le llegaron noticias de su boda, de su divorcio.
Un día sin saber porque la volvió a evocar. El desencadenante fue en un objeto que llevaba su apellido. Era algo tan prosaico como una marca de embutidos. La empresa familiar. Aquello fue premonitorio, la encontró justo dos días después en un mercadillo navideño.
El solo era cuarenta años más calvo.
Era ella... cuarenta años y cuarenta kilos después.  Estaba hecha un catafalco, y sin embargo aun le apeteció descansar sobre ella como en un túmulo final.

sábado, 29 de noviembre de 2014

Palangre


El gusano gordo se revolvió en su mina, ya no recordaba cuanto tiempo llevaba allí. Su nombramiento ni había aparecido en el BOE. Lo suyo era una gota de corrupción que un dedo áulico había dejado caer sobre un trozo relativamente intacto del sistema.
 
Pronto se contaron cientos miles de bichos como él, cada uno en su mina, cada uno en su chollo.
Decían que si venían malos tiempos, que si ya no quedaba un rincón de la estructura estatal por contaminar.

Todos los días la prensa traía noticias de nuevas áreas gangrenadas que la justicia descubría.
Pero el estaba tranquilo sabía que no había cirujano para sajar tanta podre, no había o no quería...

Por eso cuando sintió una mano le tomaba por su cabeza se limitó abrir la boca con un gesto glotón, no comprendió porque le obligaban a tragar ese trozo de acero, porque tenía que amoldarse a esa forma curva, y sobre todo ello la punta arponada que casi asomaba por su vientre, nadie le había explicado hasta la fecha que era un anzuelo...

Consiguió mirar hacia arriba y vio la imagen centuplicada por sus innumerables ojos de un humano joven y con coleta.

No entendió bien que decía ni a quien. Pero le sonó algo así cómo buen palangre hemos montado si no pican no será por falta de cebo. Si Pablo hay que reconocer que PODEMOS hacer una captura insólita, ahora solo falta encontrar el banco.
No te apures llegará el solito ya lo verás dijo el de la coleta.

Entonces sintió como se sumergía en un mar frio y salado, delante y detrás de el había otros ¿cebos? ¿Lo habían llamado cebo? Un agua verdosa donde miles de ojos y bocas hambrientas los miraban.

domingo, 2 de noviembre de 2014

Un cuento. Manuel Pérez

Su madre lo llamaba; resaca de una noche polvorienta, aunque fuera mas correcto motejarlo como la consecuencia de una noche polvorosa.
Nunca le ocultó que era un hijo no querido pero amado. Los intentos de averiguar quien fue su padre siempre se estrellaron con la amnesia de la madre. No se, decía, fueron unos días locos me vi con tantos.

Y él dudaba ¿con tantos? En un pueblo de diez o quince casas.
Ni en feria ni en fiesta hubo mas de tres mozos potables, ni a la media docena llegarían en una legua a la redonda.

Se resignó a no saber, ella huyó del poblacho embarazada y vino a dar a la ciudad que todo lo oculta, barrio cíclope, monóculo que ve tan solo lo que quiere.

Habían pasado los años tenía casi veinte, su madre ya no estaba y volvió al pueblo, la patria chica a indagar su historia de su saga.
En el ayuntamiento poca cosa, alguien le dijo que tal vez en la iglesia. El libro de partidas de bautismo.

Allí estaba, María Concepción Pérez. Hija de Mariano y de Joaquina, nieta... de... fue bautizada...

El cura le miraba leer el registro de la parroquia, y pensaba:
Este es el hijo de mosén Lucas, mi antecesor, que me confesó su falta en el lecho de muerte.
Me dejó para él aquella carta, ¿que hacer dar la carta sin más? Y recordaba un sobre amarillento abultado y sellado con lacre. Imaginaba a mosén Lucas escribiendo y sellando la carta en la sacristía y a puerta cerrada.

¿Qué hacer? Ensuciar el recuerdo del cura Lucas o faltar a la palabra dada al moribundo, y dejar correr el caso. Optó por lo segundo, para que dar pregón al escándalo. Tiempo tuvo mosén Lucas de aclararlo, a que remover agua pasada. Calló por el honor del clero y faltó a la palabra dada.
No se mucho de antes, yo no vine a este pueblo hasta hace ocho años, bueno a este y dos caseríos pedanías de Miraflores de La...
llegué a echar una mano al párroco y me cuidaba mas del entorno que de esta casa. De antes no se otra cosa que lo que hay en los libros bautizos bodas y entierros. Hasta me pierdo con las casas, Blasico Antón casa La Siega... no se de ese tiempo solo queda el “medíco” que hizo toda su vida aquí y por razón de trabajo seguro recuerda...
Mas tarde, en el cafetucho de la plaza, hoy taberna rural, y que regenta una forastera traída del otro lado del mar, y una hija mas de la tierra que el hinojo. Es esta la que habla con Manuel, nuestro Manuel, que le preguntaba por las personas que más tiempo habitaban en el pueblo.
Huy solo quedan con gente dos casas viejas el “medíco” y el herrador que aunque ya no ejerce, por no ser menester, tiene con sus hijos un casa rural con un museo de aperos de cuando todo se hacía a mano.
Mire ve a quel señor pequeño de camisa marón a rayas es es el medíco. Asistió a todo el pueblo en partos y defunciones. El es la historia viva, mire si lo será que pa poner las placas de las calles li han preguntau a él.

Manuel cruzó la plaza despacio, se acercó al doctor y le soltó como un tiro a bocajarro. ¿Oiga usted se acuerda de una moza de este pueblo María Concepción Pérez?
Unos ojos pequeños y brillantes, le miraron desde detrás de unas gafas polvorientas. Si ¿Y quien pregunta? Soy Manuel Pérez su hijo.
Si claro que la recuerdo, ¿qué es de ella?
Murió hace un par de meses un accidente de tránsito.
¡Vaya lo siento! Si te pareces a ella. Ven ven a casa te contaré cosas de tus abuelos de tu madre, los conocí bien.
Llegaron a la consulta instalada en un bajo de una casa rural, como tantas otras un lugar que debió ser guadarnés, despensa, tienda y consultorio por ese orden.
El doctor buscó en los cajones de su mesa y de un archivo polvoriento saco un sobre amarillento abultado y sellado con lacre.
En el se leía: Para entregar a Manuel Pérez. Toma esto me lo dio para ti El cura mosén Lucas Pérez, me dijo que si pasabas por aquí te lo diera.

Manuel lo tomó con mano casi temblorosa. Mas tarde ya lejos lo abrió, había una carta manuscrita que comenzaba Querido hijo, si lees esto es porque preocupado por saber quien era tu familia has vuelto al pueblo. Yo soy tu padre. Amé a tu madre con la fuerza y la sinceridad que no he sabido guardar a mis votos...
Se extendía en explicaciones no pedidas, la posición de su madre, Concha y acompañaba fotos de Manuel copias de sus notas escolares, y resguardos de trasferencias bancarias que durante mas de veinte años les había hecho.
Terminaba diciendo, pequé contra mis votos, pero nunca contra la voluntad de tu madre, ella quiso tenerte y yo la apoyé cuanto pude. No quiso hacer público quien era yo, y respeté su deseo, te llamas Manuel Pérez y Pérez cosas del destino.
Tu padre.
Lucas Pérez.

viernes, 4 de abril de 2014

Dimitir, dimisión, quien lo hubiera dicho hace un año.

En aquel tiempo las primeras experiencias sociales de economía centralizada habían muerto.
La ambición personal de los humanos, no no es exacto la ambición siempre es personal, quería expresar, dijo el profesor mirando fito fito a los alumnos de primera fila, que la ambición sobrenada el egoísmo.
A ver Martinez, que estoy diciendo dijo mientras señalaba a un alumno que por su aspecto estaba en el aula “de cuerpo presente” mientras su espíritu su ánima se hallaba muy muy lejos.
Decía usted Don Marcos contestó el aludido, que la el principal escollo en el avance de las formas sociales de economía centralizada, los primeros experimentos de la doctrina comunista fracasaron porque los individuos destinados a ponerla en marcha, la ambición, que siempre es personal, sobrenada el egoísmo.
Muy bien, a este Martinez no había manera de pillarlo, Don Marcos estaba seguro que por la sonrisa estúpida que hacía unos segundos iluminaba su rostro Martinez se hallaba en el aula de cuerpo presente pero su imaginación su alma aristotélica, andaba ya ligando con las colegialas de la Anunciata, el colegio frontero.

Don Marcos había intentado sorprenderlo muchas veces sin conseguirlo y es que ignoraba una facultad innata de Martinez. Su capacidad de dejar su mente vagar en tanto su memoria a corto plazo mantenía las tres o cuatro últimas frases del maestro. Cuando era obligado a regresar le bastaba con recuperar esas frases hacer un análisis rápido y certero y dar la sensación de haber permanecido muy atento. Don Marcos, no entendía que eso precisamente era la inteligencia, algo que no evaluaban las pruebas psicotécnicas. Algo que si Don Marcos hubiera tenido el menor rasgo de filósofo de la psique hubiese comprendido que también era fruto del egoísmo.
El egoísmo es siempre hedonista, busca el placer del yo como primer y único objetivo. Muchos años después de esto el el despacho de ministro y enfrentado con su escrito de dimisión Martinez alcanzó a comprender el porque de su fracaso y de sus colegas, era simple el análisis del ultimo trozo escuchado permitía salir del paso, pero la falta de una segunda pregunta ¿Y después qué? Le había llevado al fracaso, el y sus colegas eran incapaces de seguirse preguntando la consecuencia y los sucesivos escenarios que generaban sus actos. Hoy con las masas de indignados acampadas en la puerta del ministerio no le quedaba mas que dimitir y volverse a su casa si le dejaban...

viernes, 24 de enero de 2014

El salto del Nagual (hoy llega antes la historia)



Aquel día mi maestro nagual me esperó en lo alto de un cerro. Mucho después supe que ese otero era llamado por ellos algo así como mendiberri o mendiberriak .  A mí me sonaba a euskera. Esa ancestral lengua que casi se perdió con la llegada de la cultura romana y de la que yo conservaba incomprensiblemente para mí una impronta en mi mente.
Como cabía esperar el monte nuevo, que eso es, lo que en mi evocaba la palabra mendi-berri no era o no se correspondía no a ver no sé explicarme bien. Porque las enseñanzas del nagual nunca se corresponden con la realidad física. Lo que quiero decir es que la montaña el otero que domina el llano también se corresponde con una altura con un jalón en el conocimiento.
Después asumí que podría significar montaña nueva aunque me costó mucho entender que solo hacía referencia a un hito en el camino del conocimiento.
Un punto de la experiencia personal en que se domina y recopila todo el conocimiento previo.
En realidad el otero, el mendi-berri no es un lugar sino un estado mental, pero tan inefable que es más fácil describirlo como un lugar. Algo que un discípulo de PNL (programación neurolingüística) entendería con facilidad. Por aquello que ellos conocen bien. Un mapa no es el territorio.  
Un risco desde donde la mente, que ya ha accedido a las facultades del águila, pude planear vigilante, sobre un espacio grande del conocimiento y probablemente remontarse más y más en el mismo. Pero es tan difícil encontrar palabras para describirlo que he necesariamente de recurrir a las imágenes.
Pero lo intento, imagina por un momento que eres el águila que surcas libre el cielo, que tu vista se pasea desde la altura por todo el conocimiento previo, tu conocimiento y el de todos los que te precedieron en el arte del chamán, un sitio donde se ve todo el camino que te hizo andar tu nagual.
Es un sitio donde no hay palabras, por eso luego no se puede hablar de ello, el saber se hace de mente a mente, como si las mentes fuesen ordenadores en red, de tal manera que la experiencia de uno en la mente universal era sentida por todos los demás.
Recuerdo haber percibido de manera inconcreta el camino que me llevó a esa cumbre particular, recuerdo haber querido saber quien había llevado allí al primer hombre. Lo pregunte con la vista a mi nagual y por respuesta percibí un grito de halcón de águila tal vez; por eso supe que era el tótem, el animal padre de la tribu el conducía a los hombres al conocimiento, pero nadie me lo explicó fue un saber accedido una llegada a un nivel de conocimiento que se manifiesta cuando yo soy capaz de entenderlo.
Pues bien llegado a esa cumbre, el nagual se dirigió a un acantilado una escarpa atroz, en su borde  se percibía una corriente caliginosa de aire, eso era todo. El benigno panorama había quedado a nuestra espalda. Me volví un par de veces añorando el otero de suaves pendientes que se extendían feraces por todo lo que la mirada abarcaba. Pero la cara del maestro y su mirada perdida en algún punto de la oscura niebla me atraía. Él se aproximó a la orilla y en un momento dado saltó a la negra nada. Temblé, un escalofrío cruzó toda mi espalada y me sentí arrastrado hacia el vacío, el mismo que había devorado a mi mentor. Es mas por un momento hasta pensé que eran sus manos las que me tomaban por las axilas y me arrastraban.
La sensación primera era similar a la de sentirse en un baño cálido de gelatina. Flotaba pero en que, una nada viscosa opaca me envolvía y sentí levemente el vértigo del que cae. Solo debieron transcurrir segundos minutos tal vez, intuía que era tragado por un enorme gusano
me daba la sensación de estar dentro de una enorme tubería, más exactamente, en el interior de un gran intestino. Las sensaciones se fueron apagando y poco a poco recuperé las percepciones habituales el sonido el tacto y ya al final la vista junto a al equilibrio, junto a la percepción de mi cuerpo y su posición en el espacio.
Allí estaba el nagual su cara y su cuerpo tenían un brillo azulado como si estuviese cargado de electricidad estática una aura rodeaba todo su cuerpo. Me infundía miedo y respeto verlo así transfigurado. Él simplemente señaló mis manos, las miré y aprecié el mismo brillo la misma aura eso me tranquilizó. Deseé vivamente preguntar que era aquel sitio por donde habíamos caído. Pero mi voz no salió o al menos no me oí, pero de alguna forma mi tutor y hermano hizo aparecer la respuesta en mi cerebro, eso es la puerta, por allí los chamanes los brujos los que saben del poder accedemos a otras realidades a otras dimensiones.
Poco puedo explicar de lo que sentí, algunas veces he vuelto al sitio, las primeras siempre acompañado, hasta que un día el no saltó, me dejó ir y volver solo.
Pues bien lo que puedo decir que ese lugar (es una forma de hablar ya debéis saber que es un estado) era un sitio sin tiempo o mejor dicho donde todo el tiempo permanecía quieto. Recuerdo que en mi primera experiencia me acerque a un arbusto, parecía una mata de legumbre judías, habas tal vez. Al fijarme en ella vi que se transformaba como si el tiempo se extendiese a su lado en una línea recta. Yo percibía su pasado de simiente su evolución de planta y su futuro otra vez simiente. Luego lo intenté con una rosa, solo tuve que mirarla para verla capullo rosa y fruto todo a la vez. Parece que era un estado en que se me mostraba la realidad de las cosas con su pasado su presente... no, no eso es una forma de hablar. No existía presente ni pasado ni futuro. Ante mis ojos aunque tampoco fueran los ojos ordinarios se me revelaba todo el poder encerrado en una planta desde el origen hasta que ya deshecha solo dejaba frutos en herencia.
Muchas más cosas vi en ese estado, en ese sitio, al que se llega por la puerta del acantilado por la escarpa de la niebla oscura. Pero eso no puedo contarlo es el juramento del nagual, como lo es el plano para llegar al despeñadero cuya orilla es la razón y más abajo... bueno los hay que no han regresado cuerdos de ese viaje.