domingo, 9 de abril de 2017

Fray Ramón (cuento de Semana Santa)

Lucas 3.6.

Hacía años, que el fraile Ramón, fray Ra, como lo llamaba el hermano lego que se encargaba de la huerta y otros menesteres mecánicos.

Ra llegó al convento ya mayor, como al le gustaba decir presbítero, literalmente después de una vida.

Alguno de los monjes añejos, que no ancianos, recordaban aun su imagen con pantalón de pana, una chaqueta de punto bobo, un hatillo de ropas y su pequeño cabás. En el traía; junto con un fonendo, el esfigmomanómetro, esa complicada palabra griega que todo dios, perdón, que los legos llamaban tensiómetro y alguna cacharrería jeringas y agujas cosas del arte de Hipócrates.

Ra Ramón, se acercó a la portería, y pidió albergue en la hostería, que los monjes según su capítulo, tenían.

Allí fue recibido siguiendo al pie de la letra el artículo LIII de la regla que dice:

A todos los huéspedes que se presenten en el monasterio ha de acogérseles como a

Cristo, porque él lo dirá un día: «Era peregrino, y me hospedasteis»

Y preguntado sobre su razón Ramón contestó: Soy médico, viudo, tengo hijos he dejado atrás mi vida en el siglo, y vengo para quedarme en la orden. Profesaré siempre y cuando mis hermanos y mi abad me consideren apto. Mientas quiero permanecer aquí junto a los monjes siguiendo su vida sus rezos y sus trabajos.

No fue fácil, pero Ra sobrepasó la prueba, mas tarde se le encargó de la farmacia y el hospital, como no podía ser de otra manera. El hospital como la hospedería también estaba abierto al peregrino, y no fue solo una vez que fue llamado como cura de cuerpos y cura de almas para acompañar a los lugareños en el tránsito final.

Luego hubo un concilio y una Capitulo General, las normas de la nueva iglesia, una empresa de nuevos ejecutivos de alzacuellos y terno oscuro, como banqueros, opinaban que había que poner en valor, los valores de la fe, los valores de la orden. Los valores del retiro y la meditación de la plegaria sencilla

El sínodo, La Orden querían vender sus valores, hacer llegar a una sociedad espoleada por el consumo y la apariencia, que en la iglesia aun había una fe y unos valores que...



Ramón escuchaba en silencio las conclusiones del sínodo. Comprendía, como solo puede hacerlo, una persona que había vivido en el siglo y en la celda, que era lo que la iglesia quería. Para ser exactos, que era lo que el consejo de administración quería. Iglesia tiene en sentido prístino el valor de asamblea, la curia era otra cosa.

Pretendían, nada menos, que convertir al siglo con la fe y el trabajo del monacato. Eso ya sucedió en los albores de la iglesia medieval, pero entonces la orden y el convento eran generadores de saber de la mano del abadiado volvía la agricultura con ella se fijaba al campo nuevas poblaciones. Pero en algún momento la curia hecha una madre coraje, empezó a sacar partido de la guerra, y como los de enfrente también tenían la guerra santa hubo guerras de religión durante otros setecientos años.



Había momentos en los cuales las ideas de Ra le aterrorizaban. Como se podía pertenecer a una organización con la que en el fondo se estaba en desacuerdo. ¿Cómo era posible observar su voto de obediencia, cuando había que obedecer el despropósito?

Cuando cantó misa, había recibido una visita de su hijos, Ra tenía dos chico y chicha que tenían su vida encaminada cuando murió su mujer. A ellos les había dicho, me voy a un retiro, me voy con los frailes.


No sabía, si alguno de ellos pensó, mi padre hace mutis, mi padre sale de nuestras vidas antes de que pueda ser una carga. Tampoco sabía cuanto había pesado en su decisión, esa idea de fuga de alejarse con su soledad de los suyos.

Si tenía la noción, de que alguna vez había pesado sobre su forma de pensar el deseo de no ser un abuelo florero, un mero objeto de decoración, una carga para sus hijos. Los imaginaba mirándose uno a otro y preguntando sin palabras, y de papá quien se hace cargo. Salió por la tangente, tenía aun fuerza para dedicar su saber su profesión a otros...

y ese fue el camino, hizo mutis en el teatro familiar y punto.



Recordaba las preguntas de su hija, hacía de eso ya seis años, y aun bailaba en su recuerdo.

-Vuestro matrimonio no fue fácil, tu hacías guardia en el hospital y mamá quedaba en casa sola.

Mamá no tenía un carácter fácil. De verdad la amaste ¿o el matrimonio fue un viaje para el cual tomaste un billete casi por azar? Un viaje sin posibilidad de apearse...

En aquel momento calló, la respuesta le vino días después. Como el espíritu de la escalera de Diderot, como en La Paradoja del Comediante... repasaba los evangelios del mes, aquellos que tendría que glosar en sus misas. El Leproso, el hombre poseído por el diablo, la mujer pecadora, el recaudador de impuestos...



A todos ellos los amó Jesús, con sus taras morales y sus enfermedades. Esa era la respuesta, el amó a su mujer hasta en sus defectos, con su ira, con sus celos.
El amó a su mujer, como ahora amaba a la iglesia a la asamblea, a pesar de sus imperfecciones, a pesar de sus lacras.

Por eso cuando se le propuso, hacer unos cursos para seglares, cuando se le pidió tomara sobre sus hombros la cruz de un clero a veces obsceno, impío, y ambicioso. Dijo si. Yo amo a la iglesia a pesar de sus obras, de sus pompas, de sus lujos. Puedo sentir y por tanto predicar la pobreza y el amor.



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