martes, 22 de abril de 2014

Memoria de un puerto marroquí

Yo recuerdo de mis viajes a sitios no habituales un mapa de olores, era bonito serpentear entre el incienso el pachulí la ropa tendida al sol los efluvios de un perro muerto. Oír el enjambre de moscas que cubrían el cadáver y esperar en la vuelta del camino mientras el sol cae, los olores de heno y sudor de las campesinas que traían grandes haces hierba sobre sus cabezas.
La brisa traía cabalgando en su lomo el aroma de la brea, galipote, del puerto donde un viejo calafate descalcaba una barca.
Las gaviotas con total desvergüenza permanecían posadas en las rocas cercanas, También de ellas percibía su olor animal inconfundible, mis alpargatas de cáñamo ya muy usadas dejaban ver las uñas de mis pies, y el poco tejido que restaba permeable al chabisque del camino dejaba mis pies sumidos en una humedad pegajosa y perpetua.

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