sábado, 1 de marzo de 2014

Memorias de una obra mi libro becerro.



Fueron inviernos duros, el aprender a dominar el cuerpo me creaba problemas, por otra parte todo lo nuevo me atraía me costaba establecer un orden de estudio.
Cuando en septiembre me despedí del maestro tuve la vaga sensación de que era un adiós   y no un hasta luego, intuía que no sabría o no podría disponer de otro verano completo para seguirlo y eso me producía una cierta alegría que a su vez me creaba desazón. No lo podía comprender,  el pensar en repetir sus pequeños periplos entre la montaña y la playa me abrumaba, me parecía tedioso, aunque al mismo tiempo el prescindir de ellos me angustiaba era la sensación ambigua de un alma adolescente. Probablemente él sabía de mi zozobra, de mi interna tormenta, lo sabía desde varias semanas antes del fin. Después recordé una frase suya en al inicio de un rito de meditación. El rito consistía en mantener la mente en blanco durante un tiempo determinado, el que tardaba en consumirse una varilla de incienso.
Aquel día a Paula y a mí nos hizo juntar nuestras varillas y encenderlas juntas en la brasa que nos ofrecía, soplamos a dúo, y luego alternativamente, sobre la brasa, en algo parecido a un rito. Creo que el por lo bajo dijo algo así como que vuestros alientos enciendan recíprocamente el sentido de vuestras vidas. A mi esa frase me produjo la sensación de ser una sentencia de matrimonio. Que junto al soplo de Paula y la proximidad de su cara tuvieron como respuesta un sonrojo y una leve erección, que casi pasó desapercibida. Fue después cuando tuve la conciencia clara de ello. Cuando luego le pregunté a ella que había que había sentido en la ceremonia me dijo que percibió mi élan, mí élan vital. Lamentablemente entonces y en mi léxico solo era un oscuro término usado por el filósofo Henri Bergson pero nada, ninguna emoción que se le pudiese asociar. Como es natural o al menos me parecía correcto, yo no nombré el cosquilleo erótico que me produjo su proximidad.
Decía al principio -"que los siguientes inviernos"- y no sé porque siento necesidad de usar el plural, la memoria solo recuerda uno, cronológicamente uno. En cambio el crecimiento mental, para no usar esa barbarie, del crecimiento personal majadería muy en boga en los libros de auto ayuda, ¡como si el crecimiento pudiese ser impersonal! Pues eso el crecimiento interior fue muy, muy lento. Del contacto con el maestro y la gente que le oía salí, como abeja en primavera, todo me parecía romeral y monte bajo lleno de apetitosas flores, y hasta nuevas Paulas  todo llamaba mi atención y a todo se la dedicaba intensa y brevemente.
Primero fue la ESP percepción extrasensorial, lo que el vulgo llamaba telepatía, aunque mi error fue tratar de medir buscar en las cartas de Zener llevar una estadística de los aciertos en vez de seguir el camino correcto, que consiste en la busca interior de la sintonía con el sujeto  o en su ausencia, medir la capacidad de pronosticar la carta que al azar saldrá en un corte aleatorio del mazo. Era obvio que la investigación hubiera tenido que dirigirla hacia el estado mental de percepción alterada que permite si es que existe ese fenómeno. La conclusión que hoy puedo mantener con toda seguridad es la siguiente: No se puede enseñar ni estudiar los fenómenos espirituales o psíquicos, desde la ciencia, porque la ciencia requiere infinitos conocimientos seguros y parciales, algo así como preparaciones de Ranvier, es decir laminas muy finas de preparado y a veces con la ayuda de tientes para que el ojo distinga.
La fenomenología, mal que les pese a Hegel o a Husserl, no puede llegar al todo a través de las partes, eso es ciencia método, y para llegar al conocimiento, es menester la percepción global del sabio, del chaman, del mago del hechicero. O en su defecto aprehender el fluir del universo.
Pero como se puede lograr eso, ante mi  tengo un libro viejo, muchas veces leído, y al tomarlo entre mis manos ya conozco su peso, su tacto. Eso me habla que la experiencia libro evoca en mi memoria otras veces que lo tuve en mis manos, luego ya no es un libro, es mi libro el libro. No me hace falta mirar para saber que en sus guardas hay escrito garrapateada una dedicatoria y un verso, fue un libro destinado a... y ahora es mío, lamentablemente mío. Entonces el libro me habla de soledad y si un día el encender una varilla de incienso con un aliento compartido me produjo un conato de erección hoy el libro y esos rasgos también produce una respuesta, esta es agridulce y mucho menos somática que la de entonces.
Un libro su peso el tacto de sus hojas y un poema escrito garrapateado deprisa en sus guardas una dedicatoria que me produce a pesar del tiempo un ligero rubor y... tantos, tantos  recuerdos... Hay veces que dejamos trozos de vida en un libro en pañuelo, y mientras la mente me pide volar, volar, volar libre en busaca de otros afectos. Buscar otro morar en un cielo amigo, fundirme en un nirvana quien sabe las cosas son a veces anclas al pasado o mucho peor es un arco fajón que sostiene nuestro techo solido pétreo si pero incapaz de volar incapaz de hacerme sentir el viento el halito de Dios en su universo.

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