domingo, 16 de febrero de 2014

Nueva Turnée por el Averno



Si, era cierto, el infierno se había humanizado mucho...

Él un viejo diablo de la escuela antigua, diablo peripatético y como mucho bizantino. Había asistido a ese asalto, creía que la cosa empezó cuando comenzaron a llegar los primeros miembros de la asamblea francesa. ¡Ah! los hijos de la republica; recordaba que el sanedrín, de diablos había quedado conmocionado por la violencia de la revolución. Por esa hábil maniobra de humanizar la pena de muerte. Esa industrialización, luego vendría, la química, la electricidad y como no la medicina. Era el sino del homo, la homofobia en sentido lato, xenofobia, ginefobia, y todas las fobias. El impulso cainita. En principio les gustó, los diablos estaban contentos, cuanto dolor infligían al género humano, por la simple enemistad de raza credo o clase social. Cuanta miseria moral cuanto cieno.   

Recordaba la apología del estado criminal. Dantón y los girondinos; antes se mataba en nombre del rey del señor feudal, del abad. Ahora era el estado el heredero de ese derecho, abolían la monarquía, por sus abusos. Era sustituida por una republica con igualdad en los dudosos derechos sobre vida y hacienda.

Cierto que la pena capital perdía, algunas joyas de artesanía, como las torturas inquisitoriales, el prologo a la ejecución, antes sangriento, ahora desaparecía. Pero la capacidad de matar en nombre del estado, los cegaba. No había auto de fe comparable a una sesión de guillotina, la efusión de sangre, el simple prolegómeno de recortar el pelo de la nuca al reo. Aquello les entusiasmó,  nunca Caín había alcanzado semejante victoria. Le escusa era como siempre baladí, un tema de creencias o de sangre, poca diferencia con la pasión judía de los inquisidores. Pero la eficiencia ¡ah! la eficiencia, eso entusiasmó a sus colegas.

Mefisto no lo veía claro y al final el propio Belcebú le tuvo que dar la razón. Los revolucionarios, los republicanos tomaron al asalto las covachas del antro, enseguida se le oyó hablar de una presidencia de una república demoniaca con su gobierno electo...

Alto allí, se dijo Belcebú, el averno era un lugar con castas, y el Belcebú el príncipe de las tinieblas ¿Qué era eso de poner en su sitio un presidente electo?  ¡Nunca jamás! El infierno era una cosa de casta de familia. La mayor de las glorias que Belcebú se atribuía era la sacralización del poder.  Habían convencido al hombre que sus reyes eran cosas de Dios hijos del dios... Y allí donde, no cabía el rey de estirpe divina, las religiones habían inventado las teocracias. El halito demoniaco había penetrado tanto en la sociedad que aun en las democracias el mandatario (literalmente el que representa por mandato) tenía prebendas y tratos preferentes con la justicia. Era suficiente no perder unas elecciones, para que una aura áulica pareciera nimbar sus figuras. Un aura del color de sus banderas con sus estrellas y sus barras. Investido, mandatario investido, hasta el vaticano había entrado al trapo del engaño, el consenso del conclave cardenalicio era ungido, cornonado,mitrado.

Mefisto tenía siempre presente, que le vigor mostrado por los demonios viejos, había traspasado las propias fronteras del erebo y se había infiltrado discretamente en las instituciones democráticas. Por ejemplo; no se podría ser nadie en una democracia sin una historia, un abolengo, un pedigrí. Eso exigía; que aquellos que querían, escalar puestos en las listas electorales tuviesen una actitud sumisa para con los veteranos, y esa sumisión era la de ser esbirro, votante dúctil, además habría que tener vínculos de sangre con la vieja guardia. ¡Qué lejos llegaban las teocracias! De esa forma el nepotismo y la corrupción quedaban instauradas. Demonios 1 Democracia 0 pensaba.

La propuesta de su equipo de trabajo, había sido la idea de atacar cualquier cosa que representase la separación real de poderes. El poder cuanto más monolítico mucho más fácil de corromper. En el juego de supurar insidias hacia la humanidad los diablos llevan la ventaja de la falta de pasión. Las cosas se hacen de manera objetiva, ya tenían buenos ejemplares humanos entre ellos para poder estudiar y explotar sus debilidades.

Pero de ahí a  aceptar una organización de tecnócratas en las fuerzas satánicas había un abismo. Eso, había, existía, el abismo.   Hubo un tiempo el medieval que por mimetismo los diablos se organizaron en ejércitos, divisiones falanges. Todo con tal de producir terror a los humanos. Estos en sus pesadillas imaginaban un escuadrón de muertos galopando sobre los caballos de la muerte, como Atila.

Pero lo de tomar la imagen de la tecnocracia y llenar el fuego eterno de covachuelas cámaras y camarillas ¡Eso NO! No tenía ningún sentido. Los diablos son espíritus y su comunicación no requiere lenguaje no es menester el oficio y el expediente. Mucho menos que un parlamento que legisle, que fije objetivos de crecimiento.

Pero al final, habían llegado tantos técnicos, tantos asesores mangantes (perfectos incompetentes por otra parte) que los diablos decidieron divertirse montando un zoo con ellos. Los veían escribir discursos perorar de aquello que no comprendían buscando siempre el beneficio propio a corto plazo. Los diablos reían pero al final terminaron teniendo un ayuntamiento en el infierno. Sucedió lo inevitable, el ayuntamiento cada vez asumía más competencias, tenían hasta una diablesa gorda responsable de deportes, un descerebrado que organizaba el transporte. ¡Ah que babel era el infierno! Habría que dar un golpe de estado uno o ciento.

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