martes, 23 de julio de 2013

Como el mar



El mar había salido a pasear aquella tarde. Un catálogo de espumas bajo el brazo y un leve candongueo de las olas para pillar desprevenidos a los incautos. Y poner perdido y como sopas a cualquiera de los pobres incautos que paseando por el acantilado se dejaban alcanzar por sus lengüetazos.
Era un mar chiquillo jaranero, amigo de pillar en trapisondas al inocente turista, que pasmado ante el corto vaivén de sotavento, y el dulce juego de espumas que en las rocas venía a morir. Se dejaba pillar como de improviso por una ola mayor cual cañonazo rompiendo en el batiente a barlovento lanzando un grueso chaparrón de agua hojas y algas y hasta alguna inmundicia del vecino puerto sobre el forastero que no advertido quedaba bañado de ese estiércol.
Era costumbre entre los lugareños, y a reírse del necio forastero que plantado e imprudente en la orilla se dejaba alcanzar por aquel maléfico regüeldo.
Bueno os contaba yo de ese mar, que como los antiguos alcaldes pedáneos del concejo se entremetía por todas las  parroquias haciendo aquí y allá muestra de su poco valer y enmohecido talento.
Pero esa es otra historia que se prolonga hasta hoy. Es la historia del memo al servicio del pueblo. Ya se sabe o memos sinvergüenza o sinvergüenza memos.

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