sábado, 20 de octubre de 2012

Ensoñaciones.

Despedí a Juan que se apeaba un par de paradas entes. Fue solo un gesto, casi no me día cuenta de parecer grosero y distante.
Pero tenía ganas de volver a ensimismarme y me costaba. Su presencia había tenido un efecto perturbador.

Desde la primera infancia, desde que supe leer, había adquirido esa facultad de novelar en el ensueño. Novelar era para mi, vivir una ficción novelesca en que mi persona se mezclaba con los personajes.

Cuantos cuentos y novelas había revivido. ¡Ah! las tardes pasadas con El Capitán Nemo a bordo del Nautilus. Surcando en globo los cielos de África junto a Tom Sawyer.

Hubo un tiempo, que mis padres preocupados, habían llegado a consultar al psicólogo escolar. Este les había dicho que era normal. -Su hijo señora, había dicho el psicólogo- tiene mucha imaginación, pero es algo normal, todos los niños hacen viajes parecidos. Pero Alfredo distingue perfectamente entre la realidad y los mundos de ilusión que se fabrica. Todos los humanos tenemos esa tendencia, esa facultad de la mente. En principio no es malo, pasada la adolescencia cambiará el solo.

Fue una especie de pasaporte al ensueño y un aviso. Comprendí que debía esconder mis viajes fantásticos, podía tenerlos siempre que no los hiciese públicos. Y aprendí a tener ese mundo oculto a la vista de los otros.

Bajé del metro, una bocanada de aire fresco y húmedo me saludo al llegar a la calle. La lluvia otoñal había limpiado el cielo, en los desniveles del pavimento, quedaban pequeños charcos en los que se reflejaba la luz de los comercios.

Esa atmósfera, un poco de cuento, me hizo caer otra vez en el ensueño. Me costaba poco imaginar un cielo estrellado en los brillos de las baldosas. Sin contar que el cielo estrellado no era patrimonio de la ciudad. Eso solo se ve en el campo donde la contaminación tan débil como la luz ambiente permitían vislumbrar un infinito lilac pespunteado en estrellas.
 
No obstante un cierto lastre, me impedía volver a las visiones agradables, con las que había empezado el camino hacía un par de horas. Deseaba verla imaginaba su voz, su melena negra y rizada. Pero mucho más, deseaba volver a ver ese brillo malicioso que había creído descubrir en su mirada.
Anhelaba sentir cerca el calor de su cuerpo y la idea de una velada literaria compartida, era el motor para mis piernas.
Las ganas de verla, aunque fuese un minuto, eran como los caballos de una biga que me llevaba vía abajo. Via Augusta abajo, por mas que La Vía Augusta, debió discurrir en sentido paralelo a la costa y no como ahora del Tibidabo al mar. Pero allí andaba yo a la busca de Casta Domicia Salicia, aquella mujer capaz de recitar poesía bucólica de Virgilio salpicada de el Cátulo mas procaz, como cuando hablaba de Mamurra mentula.
Pero el ensueño había sido vano, Casta Domicia no apareció en la velada. Mi mundo patricio se vino abajo, y quedé como otra cenicienta, en un vagón de metro rodeado de la plebe húmeda maloliente, que con cara de fatiga volvía a sus casas.

Todas estas cosas se desarrollaban en mi mente intentando evocar la fantasía
Buscando en los charcos un ensueño evitando al mismo tiempo las gotas en los bajos del pantalón, de ese lodillo negro, esa moqueta de cloaca, conque las lluvias ligeras de otoño, tapizan Barcelona.
 
Perdido, sin poder enhebrar un nuevo ensueño llegué a la puerta de casa. La costumbre de marido crápula, me hizo repasar rápidamente mi aspecto, y entonces lo vi allí pegado a mi americana desde el codo hasta el hombro un largo pelo negro rizado brillante inconfundible. Lo separé, no había duda era un cabello de ella, de Casta Domicia Salicia seguro. ¡Seguro pero como? El cabello no estaba allí antes, no hubiese resistido la inspección severa de mi mujer, pero si ella no había venido aquella tarde.
Y es que mi imaginación, mis ensueños, tienen aveces el poder de generar cuerpos objetos cosas... en fin cosas de meigas.
Darío

martes, 2 de octubre de 2012

La leyenda del rey Arturo y ...

El rey Artus sucesor del rey Ubu ya ha alcanzado el mérito de ser llamado, artus I l'emmerdeur.
Su rara habilidad política reside en hacer varias cosas a un tiempo y hacerlas todas mal.
La realidad es que llegó a la corte de Sant Jaume y encontró las arcas del tesoro vacías.
Ves hijo, no se puede dejar la casa sola que vienen los okupas y se llevan hasta las telas de araña.
El panorama era sombrío tanto que su estado estaba en absoluta quiebra. Por si fuera poco el caballero del pájaro dorado heredero de las esencias patrias se veía bajo sospecha de haber cometido abusos en el reparto de prebendas reales. Hay que reconocer que los mas avezados sostenían contra este doncel acusaciones de simonía y nepotismo como ya las había sufrido su padre el rey Ubu.

El problema de artus, tenía varios frentes. Si. Por una parte las investigaciones sobre la honorabilidad del delfín. Por la otra, no menos complicada era redactar unos presupuestos sin un céntimo de bayoco. Unos presupuestos en los que tenía que contar con el apoyo de reino próximo -con el cual estaba unido desde hacía mas de mil años-.
La solución a corto era disolver la asamblea de la tabla redonda. Así no había que presentar presupuestos y someterse a los insultos de los señores. Por otra parte morían en el fin de la legislatura las comisiones de investigación.

Dicho y hecho, se subió a la torre del homenaje, mando tocar clarines y convocó elecciones. Estaba convencido de que tendría una nueva mayoría a costa de sus socios.
¿Hizo bien? No se sabe la historia lo dirá.
Lo cierto es que el contaba con la idiosincrasia propia de su pueblo. ¿Cual era esta? Unos decían que la cobardía a la hora de enfrentase a la realidad. Otros a la estupidez de un pueblo, que acataba siempre la opinión del mangante de turno sin exponer la menor queja.
¿Es o era cobarde el pueblo? Es algo difícil de precisar, los pueblos no son cobardes o valientes eso es una característica de los individuos. Hay que leer a un tal Cajal, médico en una de las últimas guerras coloniales que ensalza el valor de las gentes de ese pueblo; tanto ante el enemigo, como ante el paludismo o la disentería. Crueles enfermedades tropicales, que llevaron a la tumba a mas gentes que el enemigo.
Tampoco las últimas confrontaciones civiles permitían calificar al pueblo de cobarde.
¿Entonces?
Entonces hay que buscar otra explicación. El pueblo de Artus I l`emmerdeur era por encima de todo mercader.
Los mercaderes, se mueven por parámetros en dos escalas. La primera la envida, pecado próximo a la codicia y la segunda la seriedad contractual. El pliego, el escrito de condiciones, las clausulas de un pacto eran dios y el que las rompía un ser deleznable.
Pero el pueblo mantenía equivocadamente, tal vez por soberbia, el error de pensar que todos habían de ser como el.
Me explico, que ellos pagaban autopistas, todos los reinos vecinos deberían pagarlas. Que tributaban sobre cada cántaro de agua casi tres veces su valor. Todos los reinos de los alrededores deberían hacer lo mismo.
Es decir; el error era pensar que todos tenían que pagar como ellos en vez de buscar la solución mas sencilla dejar ellos de pagar unas autopistas amortizas varias veces o una tasa sobre el agua que era abusiva. ¡Hombre! Señores del pueblo, si a ustedes les dan por donde cargan los carros no pretendan que todos los reinos vecinos hagan igual. Porque, ese si es su derecho, investiguen donde va la tasa del agua o a donde los dineros con que algunas empresas financian fastos musicales y juzguen a sus prebostes por sus excesos.
Nosotros queremos que los catalanes paguen menos, pero no a costa de pagar nosotros más. Porque si es así ¿Qué cambia?